
por Télam
A finales de 2017 el ex banquero Macron había anunciado que el 2018 sería "el año de la cohesión nacional', pero su premonición estuvo lejos de cumplirse.
Tras un primer semestre relativamente calmo, en donde inclusive logró revertir tres meses de huelga en el sector ferroviario y aeronáutico, que rechazaban su reforma, y celebrar estentóreamente el campeonato del seleccionado francés de fútbol en el Mundial de Rusia, Macron debió recalcular sus intenciones de pasar a la historia como el gran reformador de Francia.
A principios de noviembre, un levantamiento espontáneo y autodeterminado que nadie pudo anticipar, derivó en la peor crisis política que socava el liderazgo del mandatario galo.
Alejado de las estructuras tradicionales, sin lideres y con el chaleco fluorescente obligatorio en los vehículos franceses como emblema, el movimiento transformó su protestas contra el aumento de los combustibles y su demanda por aumentos salariales en una marea de descontento que es apoyada por dos de cada tres franceses, según diversas encuestas.
Con ideologías difusas, los chalecos amarillos sobresalen por su profunda desconfianza hacia las instituciones, incluye a ciudadanos de todas las edades y de diferentes sectores sociales, políticos y sindicales, pero la mayoría surge de los partidos más extremistas.
Según una encuesta del diario conservador Le Figaro, el 42% de los que se dicen chalecos amarillos votaron en la elección presidencial del 2017 a la ultraderechista Marine Le Pen y el 20% al ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon.
En tanto que una investigación del vespertino Le Monde reveló que entre los chalecos amarillos ("gilets jaunes") se encuentran numerosos anarquistas, grupúsculos antiinmigrantes y fascistas de núcleo duro.
La revuelta surgida en las redes sociales a partir de las quejas de ciudadanos -principalmente del interior de Francia y de regiones rurales- se destaca por su violencia.
En cuatro sábados de manifestaciones más de 2.500 personas fueron detenidas, al menos cuatro murieron, un millar sufrieron heridas, según cifras del diario Le Parisien.
Ante el silencio y la incapacidad de Macron para mantener su rumbo, sumado a ciertas medidas consideradas como elitistas (como su reforma en el impuesto sobre las grandes fortunas), la revuelta se amplio con la participación de estudiantes y sindicatos y potenció las demandas ciudadanas, que ahora confluyen en exigir la renuncia del presidente.
La semana pasada el primer ministro Ëdouard Philippe anunció la suspensión del aumento de los combustibles pero eso no detuvo la protesta, que pese a estancarse en número volvió a incrementar su violencia.
El lunes, Macron rompió el silencio en un tardío mea culpa por cadena nacional, anunciar el aumento de 100 euros al salario mínimo para aplacar el descontento de la clase media y decretar "el estado de excepción económica y social".
En 18 meses al frente de la quinta economía del planeta Macron pasó de ser un presidente dinámico y popular, que se proponía rescatar a Francia y a Europa, a ser ampliamente despreciado y constatar que su ambicioso plan de de gobierno se encuentra cada vez más amenazado con tres años y medio por delante.
Asimismo, el joven Macron, este mes cumplirá 41 años, pasó de ser considerado el heredero de la canciller alemana Angela Merkel a perder influencia en la política internacional y debilitar su posición antes sus socios en la Unión Europea (UE) por prometer que sería el primer presidente francés en décadas que cumpliría con el objetivo comunitario de bajar el creciente déficit de las cuentas francesas.