25/04/2024 - Edición Nº2954

La Plata

La mirada de Jorge Joury

En los sótanos de una rebelión policial que obliga a estar alerta

13/09/2020 | La protesta inédita de la policía bonaerense, que llegó hasta lo más alto del poder, golpeando inclusive los portones de la residencia presidencial de Olivos, deja mucha tela para cortar y un cúmulo de dudas. Por lo pronto, puso a cielo abierto un peligroso proceso de descomposición y desmadre en la fuerza de seguridad más grande del país. Su conductor, el ministro de Seguridad, Sergio Berni logró zafar, seguramente por los efectos del paraguas protector de Cristina Kirchner. La vicepresidenta lo respalda fuertemente por varias razones. La primera es la lealtad, atributo demostrado en decenas de oportunidades, entre ellas la noche en que se descubrió la muerte del ex fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman. Berni voló en helicóptero desde Zárate hasta Puerto Madero, entró al departamento durante las pericias para “controlar”, según dijo, y mantuvo informada a la entonces Presidenta casi olvidándose de su superior, la entonces ministra Cecilia Rodríguez que actualmente es jefa de Gabinete del área.


por Jorge Joury *


La segunda razón de Cristina para apadrinarlo es su militancia. Berni arrancó en Santa Cruz cuando llegó como militar y médico laboral de Yacimientos Carboníferos Río Turbio. Trabó amistad con Néstor Kirchner y desde entonces se mantuvo cerca. Según él mismo señala, hace 32 años que pertenece al mismo espacio político. Nunca se alejó. Conoció a Kirchner en los 80, cuando llegó a la provincia como teniente primero del Regimiento de Infantería Mecanizada en Rospenteck. “Era el medio de la nada”, recuerda. Y la tercera, Berni es el protector del territorio donde está su base electoral y que el año próximo en las legislativas habrá que defender a capa y espada.

No obstante, en fuentes confiables dan por seguro que la movida policial tiene un costo. Con el paso de los días se va a registrar una purga en la cadena de mandos y además, ya están en confección decenas de sumarios con las caras más visibles de la protesta y las que operaron en las sombras. 

No obstante, hace falta desmalezar el bosque. Es vital, para comprender lo qué pasó y cómo corregir este desatino que llevó a la fuerza a acariciar el delito de sedición, con el antecedente temerario de una experiencia golpista en Bolivia.

Los efectivos también manifestaron su hartazgo por el manoseo interno, sanciones arbitrarias, traslados fuera de su casa, maltrato a personal femenino en sus períodos menstruales, corrupción en las cúpulas y presuntas coimas exigidas por sus superiores para salvarse.

Lo que aún quedó en el baúl de los enigmas, es como nadie la vio venir. Su primer signo visible fue al promediar el domingo, cuando una ex asesora de Patricia Bullrich, la abogada Florencia Arietto, dijo en un programa de TN que La Bonaerense “está viendo hacer alguna clase de movilización”. En ese preciso instante, luego de comprender que había metido la pata hasta la cintura, se deshizo en balbuceos. El lunes, en medio de un escenario dantesco, Axel Kicillof se encontró con la gobernación rodeada por patrulleros, en medio del ulular de las sirenas y hasta con quema de neumáticos, al mejor estilo piquetero.

Otro tema que llamó la atención, fue la actitud de los intendentes del conurbano que se hicieron los distraídos frente al delicado escenario. Mucho tiene que ver la altísima exposición de Berni, que creó también un cortocircuito. Ya debían soportar que Kicillof los tuviera a raya, pero con el desembarco del coronel médico, apareció otro inconveniente. Un santacruceño -nacido, es cierto, en Capilla del Señor-, que aterriza con el madrinazgo de la vicepresidenta, y en cuatro meses se convierte en candidato a gobernador, es una agresión al aparato peronista. Además, Berni les mojó la oreja a los alcaldes, recortándoles el contacto con la policía bonaerense.

Algunos jefes de la fuerza, los que peinan canas, quedaron estupefactos ante la puesta en escena de la protesta de este ejército de casi 94 mil hombres, de los cuales 40 mil son mujeres. Nunca habían visto semejante actitud anárquica de reclamo sin que nadie la pare. Resultó inédito, pero mucho tienen que ver las pésimas condiciones materiales en las que se desenvuelven estos cuadros. La mayoría vienen del conurbano de familias que se encuentran al borde de la marginalidad. 

Hay que entender que esta policía es otra, alejada ostensiblemente de la tradicional, que venía de historia familiar y con formación académica. La mutación estructural que se produjo en el 2013 fue determinante. Fue precisamente cuando Daniel Scioli obsesionado por convertirse en presidente de la nación, decidió responder a la demanda de seguridad que leía en las encuestas, incorporando 50 mil nuevos efectivos. No fue casualidad, sino una idea del por entonces ministro de Seguridad, el sheriff de Ezeiza, Alejandro Granados.

Durante aquella avalancha de ingresos, tal vez haya que buscar parte de la génesis de las protestas de estos días. No solo porque pasar de una planta de 40 mil uniformados a otra de 90 mil instalaría una exigencia presupuestaria de imposible solución. Desde entonces, la cultura corporativa de la policía bonaerense, que arrastraba miserias legendarias, aceleró su deterioro. Los directores de la escuela Vucetich fueron obligados a producir dos egresos por año. Es decir, a largar a la calle vigilantes con la mitad de la formación tradicional. El clima interno de los institutos de formación registró cambios inesperados. Los exámenes médicos para ingresar a la fuerza se reblandecieron. Sobre todo, los toxicológicos. En 2018 hasta hubo que disimular que en la Vucetich había estallado un caso de tráfico de drogas.

Por ejemplo, a los psicólogos que tomaban los exámenes de admisión se les pidió ser más blandos, porque se necesitaba de manera urgente sumar efectivos por una razón electoral. Así ingresaron jóvenes provenientes de familias contaminadas con antecedentes delictivos. A esta multitud eyectada a los ponchazos, se les suministró un arma y se los mandó a integrar las policías municipales. Recuerdo que en aquel verano hubo un episodio trágico en Vila Gesell, cuando uno de los efectivos enviados al Operativo Sol, murió delante de sus compañeros al manipular un arma que se le disparó accidentalmente, en el interior de una vivienda. 

El episodio se tapó mediáticamente, pero esos remiendos rebrotan hoy como hongos venenosos. Estos uniformados de azul Francia, no tardaron en recibir el apodo de "pitufos". Luego, durante la gobernación de María Eugenia Vidal, también se los bendijo. Para muchos chicos del conurbano jaqueado por las necesidades y la falta de trabajo en el sector privado, convertirse en policía no era una vocación de familia, como ocurría en el pasado, sino escaparte a una vida miserable. 

Atrás quedó entonces la famosa historia académica, honrar al uniforme como una tradición familiar y la policía comenzó a nutrirse de la franja social más sumergida. No debería llamar la atención, por lo tanto, que el reclamo de estos días reproduzca los patrones de protesta de ese medio plagado de carencias.

Encontraron una identidad, un espíritu, una suerte de ascenso en la resbalosa escalada social pero muchos llegaron sin la madurez ni formación indispensables para integrar una fuerza armada civil pero con cadena de mandos.  

Lo que se observa con preocupación, es que la fuerza de seguridad adoptó y hoy emplea una estrategia piquetera. Se puso en evidencia cuando el jefe Daniel García se enfrentó a una especie de asamblea para dar explicaciones. Los mayores de 40 años lo escuchaban con circunspección. Los más jóvenes le faltaron el respeto. Uno de ellos le gritó: "¡Ey, gato, rescatate, ponete nuestra camiseta y defendenos!".

Ese déficit de sofisticación institucional se advierte en otro detalle relevante: la bonaerense se levantó contra Sergio Berni en el momento en que el ministro de Seguridad la estaba defendiendo de las turbias sospechas por el asesinato de Facundo Astudillo. Es como si la Gendarmería le hubiera hecho un paro a Patricia Bullrich en pleno caso Maldonado.

No es la primera vez que las autoridades reciben una demanda salarial de la policía, pero en otras épocas lo habitual era que los reclamos se canalizaran a través de los jefes. Ellos negociaban y, al hacerlo, preservaban el principio de autoridad. Esto es lo que se ha quebrado. Por eso no hay una fuerza protestando. Hay cincuenta fuerzas. Con superiores desbordados por "las bases", organizadas en grupos de WhatsApp. Sobran señales de este descontrol. 

El motín de los "pitufos" se alimenta de innumerables razones objetivas. La escala salarial de la bonaerense era 35% inferior a la de la Policía de la Ciudad. Los porteños cubren su salud con OSDE. Los de la provincia, con IOMA. La pandemia deterioró los ingresos. Muchos contratos en la vigilancia privada quedaron suspendidos. Son actividades con las que los agentes compensan los sueldos oficiales. Las horas extras, paupérrimas, también se habían reducido. Y se multiplicaron los casos de Covid. Hoy están afectados 7000 agentes. En las comisarías sobran presos y escasean los barbijos y el alcohol.

Por estas horas, nadie duda que la protesta deja heridas en la institucionalidad. No solo Kicillof quedó la intemperie, sin el respaldo público de los intendentes. Lo más grave ante los ojos del país, es que el gobernador terminó arropado por un Presidente que en un gesto paternal tuvo que salir a apagar el fuego. Ahora Kicillof se verá obligado a separar la paja del trigo. Debe ir hasta el hueso para frenar la hemorragia en la fuerza y evitar que el virus insurreccional vuelva a expandirse.

*Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Para consultar su blogs, dirigirse al sitio: Jorge Joury De Tapas.    

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