20/04/2024 - Edición Nº2949

Politica

Reflexiones

Claves: austeridad, ajuste, flexibilización (la revolución de los valores)

20/10/2021 | El índice de la pobreza de septiembre se ubicó en 40.6%, la indigencia fue del 10.7%, una familia necesitó $ 70.532,46 para no ser pobre y $ 30.013,82 para no ser indigente. La inflación fue de 3.5% en septiembre. Las fórmulas que siempre fracasaron se siguen aplicando. El futuro a este ritmo es el infierno. Necesitamos una revolución que nos devuelva la normalidad.


por Fabricio Moschettoni, editor de ImpulsoBaires Twitter @FMoschettoni


Argentina necesita un shock urgente de sensatez en la clase dirigente para reaccionar. Las estadísticas que se observan son por lejos las peores de los últimos años y todo aparece aún más amenazante. Los números representan padecimientos, frustraciones, sufrimientos de millones de personas: casi 11% de familias que no tienen la suficiente capacidad de llevar el plato de comida necesario para poder sobrevivir, lo que representa a 3.1 millones de personas. Esos fueron los números del INDEC.

La otra cara la muestran noticias como la foto de la celebración cumpleañera de la Residencia de Olivos en plena pandemia, los vacunatorios VIPs, la negativa de bajarse sueldos de la política en el estallido de la crisis sanitaria, mantener un Estado bobo con secretarías y ministerios absurdos, la denuncia a la senadora provincial Agustina Propato, mujer del ministro de Seguridad Sergio Berni, de bajar de prepo en un helicóptero en una canchita de fútbol de Ensenada, inaugurar una lancha sin terminar de la Armada con fines electorales, gastar enormes sumas de dinero en refrigerios para reuniones de gabinete y afines, regalar dinero para conseguir votos, gastar fortuna en micros para llevar gente a un acto, romper carteles y retirar piedras del memorial por las víctimas del coronavirus, hacer asistencialismo con viajes estudiantiles mientras las escuelas se caen a pedazos, maltratar a los profesionales y trabajadores del sistema de salud que dejaron todo (incluso a sus familias) en plena pandemia y hasta arriesgaron sus vidas para tener abiertas guardias de hospitales, humillar todo el tiempo al policía que nos cuida, y así se puede seguir en un listado enorme.

En Argentina ideologizar el momento de una manera anacrónica tiene un precio social enorme como es el descuartizamiento sin límites del aparato económico. Destruir la economía es aplastar a la sociedad misma.

Gastar más de lo que se produce, tener una moneda sin valor por indiscriminada emisión sin respaldo, agrandar más el Estado, abusar del sistema previsional hipotecando el futuro inmediato y mucho más el de mediano y largo tiempo. Perder competitividad en el mercado internacional, tomar como enemigos a quienes producen lo (casi) único que tiene el país para conseguir divisas: la producción primaria. 

Argentina necesita una verdadera revolución, pero de valores. Si entendemos por revolución cambiar radicalmente el modelo económico, social y político pues debemos ir hacia ello. Una economía racional que recupere el sueño de los amplios sectores medios, un modelo político verdaderamente republicano y austero, y una contención social para dar la posibilidad de que cada próxima generación esté mejor y eso se hace con una urbanización de los barrios de emergencia y con una inclusión al sistema educativo de cientos de miles de niños y adolescentes que se quedaron en el camino.

Pero todo pasa por tener integridad moral, ser absolutamente austeros en la función pública, bajar al mínimo la burocracia estatal para ahorrar gastos innecesarios y dar respuestas, premiar una carrera administrativa, gubernamental y también política sobre el mérito, y ese mérito debe ser producto del esfuerzo de formación (estudio), trabajo, dedicación y no de horas de tomar mates en comités y unidades básicas. Creo en el mérito, creo en la ´meritocracia´ pero con el objetivo de hacer una sociedad con oportunidades para todos y así en un segundo estadio llegar a una ´meritocracia´ más auténtica. Entender que vale más el dinero público que el propio, comprender que en el ejercicio de la función pública cada hora extra que no se trabaja, cada “ñoqui”, cada sobreprecio, cada compra directa mal hecha, cada licitación “acomodada”, cada familiar o amigos que se nombra con contratos, cada subsidio que se entrega al pozo negro de la política “para hacer caja”, cada “pasaje” o “viático”  que pasa a agrandar los ingresos de un funcionario y no a solventar un trabajo atinente a la función….cada una de esas cosas (y tantas otras) que se producen en la vida cotidiana del Estado son verdaderas estafas.

Ni hablar del sistema perverso de financiación de la actividad política que utilizan los sectores tradicionales.

En estos días la pymes gritan a más no poder porque son víctimas de 167 impuestos que las humillan, porque están ahorcadas en las disposiciones laborales y no pueden generar puestos de trabajos por los costos criminales que presenta el sistema, y porque no hay posibilidades de créditos. ¿Por qué no hay una verdadera flexibilidad laboral que permita a un empresario pyme tomar a un trabajador sin pensar en hipotecarse?, ¿por qué a la gente se la condena a no tener un empleo digno porque en nombre de supuestos derechos se presiona al pequeño empresario hasta tal punto que lo hagan optar por no producir antes que ampliar su cantidad de empleados?. 

Nos quejamos porque las empresas se van del país. Nos quejamos porque los talentos nuestros cruzan el charco. Nos quejamos porque nuestro vecino fue a acompañar a su hijo a Ezeiza con un pasaje de ida y un nudo en la garganta mezcla de tristeza y esperanza. Nos quejamos porque hoy es más tranquilizador abrir una cuenta en Uruguay para cobrar honorarios de trabajos en el extranjero que hacerlo en el país.  Nada hacemos (bien) para cambiar.

Se quejan cuando algunos en público decimos: “si tenés unos mangos que te sobren andá al ´verde´; si apenas te sobra un poquito de sueldo compra alimento y stockea…¡comprá alimento, hacelo hoy!”. Decimos eso y nos dicen “desestabilizadores”.

Un reconocido economista que hoy se menciona mucho, John Maynard Keynes, dio una conferencia en Madrid en 1930, en momentos de más fuerza de la Gran Depresión, y anticipaba que en 2030 la humanidad no iba a saber qué hacer con el tiempo libre, y hablaba de un trabajo de solo quince horas semanales. Con eso sería suficiente. Pero había otros que antes también soñaban un mundo mejor aunque desde distintos ángulos ideológicos: Karl Marx, John Stuart Mill, entre otros. Henry Ford, fundador de las cadenas de producción modernas para producir en enormes volúmenes, pensó en una semana laboral más corta, porque decía que un trabajador feliz rendía más. Así podemos seguir encontrando ejemplos en distintos momentos de la historia tanto del Siglo XIX largo como del Siglo XX corto, en donde iba creciendo la industrialización, sus desafíos y los pronósticos hacia el futuro.

Muy poco de eso pasó. Y en Argentina nada de eso pasó. En el mundo vamos a llegar al 2030 con crisis de falta de tiempo o sea que lo pronosticado por Keynes se cae a pedazos, y en nuestro país estamos generando lo contrario a la felicidad para un trabajador porque sostenemos leyes tan rígidas que obligamos a un empresario a agregar horas de trabajo en lugar de pensar, -como aplicó Ford-, en tomar más gente para que todos trabajen menos y rindan más.

Si en Argentina tuviésemos leyes más flexibles seguramente se podrían generan más oportunidades de empleo, se sobrecargaría mucho menos el que hoy trabaja largas horas extras y podría ser empleado el que no lo es. Claro, algunos me pueden tirar estadísticas de los Noventa que dicen lo contrario: "la flexibilidad de los Noventa generó más desempleo". La respuesta: la fórmula es el sentido de la aplicación de plan, y decir exactamente para qué lo queremos hacer.

Argentina necesita una revolución, sí. Una revolución que la encabece gente normal que ocupe el poder, que no tenga impregnado el odio como sistema de autodefensa cuando la ciudadanía o el periodismo objeta sus conductas muchas veces perversas, una revolución de la moralidad, de la austeridad, del sentido común.

Argentina necesita políticos simples, gente que haya tenido alguna vez un CUIT o un salario de trabajador, que no sean de “CUIT virgen” porque siempre vivieron de un puesto público, necesita de los que se oponen a la “casta”, de los que padecen los problemas reales. ¡Cómo puede una legisladora o un legislador hablar de políticas laborales para generar empleo si nunca trabajó!.

¡Qué mal que tenemos que estar para que el sueño revolucionario de algunos sea pedir por un país normal con dirigentes normales!.