
por Jorge Joury *
Lo hace para capitalizar y consolidar el voto duro del kirchnerismo. Cree que de esta manera puede llegar al balotaje y polarizar con la jefa de Los Halcones, a la que ve como vencedora en la interna con Horacio Rodríguez Larreta.
La pregunta es:¿le servirá al candidato del oficialismo tomar por este sendero?, cuando lo que se está viendo en los resultados en las provincias es que la gente está eligiendo a candidatos de la conciliación y el acuerdismo, como es Larreta?
Pero a Massa, si es para ganar, no le cuesta maquillarse de satanás. El tigrense se fija metas y las consigue. Tardó 23 años para recibirse de abogado en la universidad de Belgrano, pero lo logró. Es un animal político, cuya única obsesión es coronar su viaje para sentarse en el sillón de Rivadavia como sea y barriendo al que sea. Ahora, eligió comer de la mano de Cristina, después de que ella lo bendijera durante la inauguración del gasoducto Néstor Kirchner.
No obstante, con el fracaso en la pelea contra la escalada de precios y la inflación, además de las devaluaciones encubiertas, el ministro construye el relato más cómodo, es decir, ignorar la realidad. En esa dirección, la figura de Bullrich es más funcional que la de Larreta. La ecuación es sencilla. Por las características del discurso duro y terminal de la candidata, resulta más sencillo para el peronismo construir el fantasma de un posible gobierno de ajuste extremo, con caos social en las calles y quita de derechos.
Según marcan las últimas encuestas, Bullrich ostenta una intención de voto de entre 17 y 22 puntos. La pregunta entonces es: ¿Qué pasaría con esos votos si Larreta ganara la interna?
Es probable que una parte podría retenerlos, pero otros tantos podrían migrar a Javier Milei. Lo único seguro, es que no irían a Massa. A ese escenario hay que sumarle, la dificultad del oficialismo para “asustar” al electorado con un candidato que propone diálogo como Larreta. Pero este escenario también enciende una luz roja. En las últimas elecciones provinciales se observa un 40% de ausentismo, más de 5 millones de personas a nivel país no sufragaron, lo cual marca el malhumor social con los políticos.
Si bien es cierto que en Unión por la Patria trabajan contra reloj y con resultados magros, en conseguir poner el piso de sus votos más cerca de 33 que de 26 puntos, lo cierto es que hoy no tienen ninguna certeza de lograrlo. Más aún con Juan Schiaretti en la cancha grande, declaradamente enemigo del kirchnerismo, que seguramente algo de votos pescará en esa laguna. Si Larreta gana la interna y Milei no se equivoca, las generales podrían terminar con un acierto del pronóstico de Mauricio Macri: un balotaje entre Juntos por el Cambio y la Libertad Avanza, lo cual sería una catástrofe histórica para el kirchnerismo y marcaría el comienzo de la era del óxido para Cristina.
La vice está preocupada. Se subió a la campaña de Massa no solo para empujar, sino para ocupar como siempre, el centro de la escena.
Muy cerca del ministro ponen énfasis en el efecto positivo que la participación de Cristina tuvo para la dirigencia, la militancia y los votantes fieles del kirchnerismo. No obstante, empezaron a brotar voces de alerta por el impacto negativo en votantes más blandos o más reacios al cristinismo, que con la figura de Massa se busca recuperar y sumar.
Algunos sondeos que llegaron hasta la mesa chica del tigrense, dispararon alarmas y acciones en pos de encontrar un equilibrio entre fuerzas que pueden resultar antagónicas. La duda es cómo lograr esa medida justa con Cristina Kirchner, cuando ella se juega su identidad y su legado.
La vicepresidenta, no quiere que sus votos vayan para la izquierda. Pretende que ahora sea Massa el que se endurezca contra el FMI y llene el cántaro de ilusiones de sus fieles seguidores. La moderación ya no sirve para esta tarea y a la hora de empuñar las armas, al hombre de las mil caras le sobran aptitudes. Seguramente le transmitió a Washington que ese discurso solo es para la tribuna y que si gana, lo primero que va a hacer es cumplir con los compromisos de pago ante el FMI. Por eso ya logró, por ahora, la señal de los desembolsos para llegar tranquilo a diciembre con los pagos. Pero aunque lo haya disfrazado de conquista, tuvo que devaluar y sumarle un 7% más de pobres al tristemente célebre número que ostenta la Argentina.
Massa habla hoy solo con medios amigos y no concede reportajes a otros. En su entorno admiten que el candidato entró en fase bipolar. Quiere decir que sin Cristina no le alcanza y con ella se le empieza a complicar. Su plan es sostenerse por encima del 30% y atravesar las PASO como el candidato más votado, pero hay piedras en el camino.
Cristina sabe que si su nuevo candidato no tiene un buen desempeño electoral, las consecuencias para ella podrían ser devastadoras. Además, es plenamente consciente de que si, por alguna extraña casualidad del destino, Massa se convierte en el próximo presidente, su propio final político se haría realidad. Es una paradoja que la tiene atrapada y que, hasta cierto punto, justifica su intento de recobrar cierta centralidad en la escena política.
En cuanto a Juan Grabois, hace de GPS oficialista para contener la fuga de los votos duros.
Grabois también se enfrenta a sus propias contradicciones y debe tragarse sapos. Ya dejó en claro que después de las PASO se alineará con el candidato de la Unidad, el mismo al que vapuleó al grito de “ni en pedo vamos a votar a vendepatria de Sergio Massa”.
Es un enigma cómo convencerá a sus seguidores de dar un golpe de timón después de las Primarias. Los muchos o pocos puntos que se lleve Grabois en las PASO ponen en riesgo el lugar del más votado que le permitiría a Massa mantenerse en pie camino a las generales.
Todos las veredas son buenas para Massa. Por estas horas, comprometió a los gordos de la CGT a salir a repartir boletas,
bajo la promesa de convertirse en el Presidente de los trabajadores, mientras ejerce de ministro de los empresarios amigos. A pocas días de las primarias, el desconcierto es general. Ni oficialismo ni oposición logran consolidar algún liderazgo que entusiasme.
A Massa no le cuesta endurecer el discurso. Tanto la campaña sucia, como el sembrar el miedo a la oposición, podrían ser sólo la estrategia del primer tramo de su recorrido electoral. Si le gana la interna a Juan Grabois y una vez consolidado como candidato del peronismo y enfrentado con Juntos por el Cambio, podría hacer un giro hacia la moderación y la racionalidad, para no espantar a los votantes de centro que alguna vez supo cautivar.
Lo que desvela al tigrense, es que el dólar se le está escapando y cada vez tiene menos espalda para contenerlo. Necesita del auxilio de los desembolsos del Fondo. Esta semana con las nuevas medidas devaluatorias, hizo que la Argentina fuera un 7% más pobre.
Massa debería entender que las banderas del kirchnerismo que hoy levanta, fueron las que produjeron una fuerte aceleración en el proceso de deterioro hasta llevar al país a los dramáticos ribetes del presente. La manifestación más espeluznante de ese proyecto, es haber alcanzado una pobreza estructural superior al 40%, algo que la Argentina nunca experimentó en su vida moderna. Además fabricó un país sin moneda, que es la síntesis de un gobierno sin poder.
Esa temeraria estadística se explica en dos fenómenos que sucedieron en los primeros 12 años del kirchnerismo en el poder -entre 2003 y 2015-. Tiene que ver con una expansión inédita y descontrolada de los gastos públicos y un incremento brutal de la presión impositiva. En el año 2003 el gasto público representaba el 29% del PBI, un porcentaje que se había mantenido relativamente constante a pesar de los vaivenes y las crisis argentinas. En 2015, luego de 12 años de kirchnerismo en el poder, el gasto público trepó al 42% del PBI, un incremento de más del 40% de lo que era el gasto cuando tomaron la administración del país. Un aumento descomunal. En lo que va del gobierno de Alberto Fernández se nombraron más de 22 mil empleados públicos, incluidos los de la gestión Massa que ya son 5.300.
La combinación de alta inflación con fuerte presión impositiva es un hecho inédito en la Argentina. No es culpa de Menem, ni de Alfonsín, ni de Duhalde, ni de Macri ni de las dictaduras militares. Es un “regalito” del kirchnerismo al país. Nunca antes en este largo proceso de decadencia se conocieron estos niveles de tasas ni la cantidad de impuestos que el kirchnerismo se las ingenió para implantar.
En este contexto de desaciertos y fracasos, la mano de hierro de Cristina se está oxidando y el kirchnerismo empieza a mostrar agujeros por su propio desgaste.
*Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información y analista político. El 22 de noviembre de 2017, el Concejo Deliberante de La Plata lo declaró "personalidad destacada en el periodismo".