
por Fabricio Moschettoni, editor de Impulso Baires. Twitter @FMoschettoni
El “Rodrigazo” comenzó con el anuncio del ex ministro de Economía, Celestino Rodrigo, el 4 de junio de 1975 durante el gobierno de la ex presidenta María Estela Martínez de Perón. Fue un ajuste de la economía con aumentos de combustibles y de varios servicios entrelazados, una devaluación del peso y el congelamiento salarial, o sea intentó una política de “shock” para estabilizar la economía inflacionaria y deficitaria del momento, pero todo salió de la peor manera. La suba de precios fue del 24% al 182% en menos de un año, y en los años siguientes se convivió con inflación promedio de 100% anual. Además, hubo colapso total en provisión de servicios y abastecimiento.
El “Rodrigazo” fue hace 48 años.
La hiperinflación que se vivió durante el último tramo del gobierno de Raúl Alfonsín estuvo acelerada por la falta de reservas en el Banco Central. En ese momento, 1989, la moneda era el Austral y se devaluó notablemente. La gente iba al supermercado con la idea de un precio de determinado producto y cuando entraba se remarcaba y antes de pagar había otra remarcación.
La inflación en momento de mayor crisis rozó el 200% mensual.
Alfonsín tuvo que luchar para estabilizar la democracia, pero además tomó un país repleto de endeudamientos y pobreza, dejado por la anterior dictadura genocida. Además, gran parte de la oposición peronista de ese momento hizo todo lo posible para que el país se incendiara.
Desde ese momento pasaron 34 años.
El 2 de diciembre de 2001 el gobierno del entonces presidente Fernando De la Rúa dispuso por medio de su ministro de Economía, Domingo Cavallo, un “corralito bancario”, y allí comenzó un malhumor creciente en los sectores medios que terminó estallando veinte días después con un cacerolazo aturdidor, saqueos, y muertes.
Fue un salto al vacío, una medida desesperada ante la sangría que se producía en el sistema financiero como producto de los rumores de una inminente y muy fuerte devaluación.
De la Rúa tomó un país heredado por la administración de Carlos Menem con altísimos niveles de pobreza, corrupción y recesión. Pero además la economía mundial también entró en crisis y los organismos financieros le quitaron el apoyo al país para una reestructuración de deuda ordenada, por lo que las provincias se quedaron sin financiamiento, las reservas del BCRA se desplomaron, y hubo una virtual dolarización de depósitos.
El corralito dispuesto por Cavallo era una medida difícil de evitar porque la gente se llevaba el dinero de los bancos en carretilla. La restricción de sacar dinero también golpeó con dureza a la economía informal del conurbano y empezó un malhumor que bajó de sectores medios a los más necesitados. El final fue tremendo.
Del corralito y la caída del gobierno pasaron 22 años.
Cada una de esas situaciones extremas hicieron que en Argentina se retrocedan décadas, que el costo social sea estremecedor, que la toma de medidas extremas por parte de jefes de familia conmueva hasta lo más profundo del corazón de cualquier persona con corazón, y que los jóvenes terminen absorbiendo odio por la ausencia de un sistema que consideran injusto y perverso.
La falta de cuidado del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner de los recursos del país, la ausencia de un plan de estabilización económica post pandemia, la negativa a convocar a un Consejo Económico, Político y Social cuando todos los estudios anticipaban que la inflación estaría en crecimiento constante y como producto de ella la fábrica de pobres seguiría produciendo a jornada completa, y la soberbia para el manejo de la cuestión fiscal, crearon un clima para que el “que se vayan todos y no quede ni uno solo” de hace 22 años se replique, aunque ahora poniéndole cara de león y actitudes de hiena: Javier Milei.
La ausencia de tacto social por parte del “ministro candidato”, Sergio Massa, y la ambición de calzarse la banda presidencial lo llevó a tomar medidas populistas, en donde buscó persuadir votantes mediante una aceleración de la emisión monetaria que terminó llenando las calles de pesos (y no se detiene), generando más inflación, y haciendo, en ese círculo perverso, que la gente se quiera sacar los pesos de encima por dos vías: comprar algunos bienes o dólares en el mercado paralelo.
En tanto la actividad comercial se desplomó de una manera catastrófica anticipando problemas de financiamiento de comercios a futuro inmediato y posibles despidos o suspensiones de personal, o cierres definitivos, como en los peores momentos de la pandemia. En números, CAME informó que en septiembre de este año el desplome en ventas fue de 5.1% interanual, y el desagregado mostraba que alimentos y bebidas fue de más de 8% y farmacia de 12%.
En una semana, o sea entre los dos debates, el dólar blue creció alrededor de $200. Ayer en algunas plazas cotizaba a $ 1.000 como por ejemplo en Rosario o La Plata, pero además no había billete disponible.
Las declaraciones incendiarias de Javier Milei comenzaron hace unos días en Mar del Plata cuando dijo que a mayor valor del dólar más fácil es dolarizar, y las completó ayer cuando dijo que el peso vale como el “excremento” y recomendó no renovar plazos fijos en pesos.
Si lo que hizo Milei lo hace un periodista sería acusado de desestabilizador, y hasta tal vez tendría consecuencias judiciales.
Milei, aunque no parezca por momentos, es economista. Sabe que una declaración de ese tipo en el momento que la hizo tendría una consecuencia, y el resultado estuvo a la vista.
Milei parece querer que todo estalle de golpe, y lo provoca.
Supone, en su cuenta mezquina de la politiquería, que con esta situación puede pasar dos cosas: o que gane en primera vuelta recibiendo las adhesiones extras que le hacen falta, o por el contario dejar todo estallado para quien ejerza el rol presidencial si él no es electo.
Massa, en tanto, es el padre del desorden. El que creó a este Milei. Desde sus filas hay armados de listas en común, y un indisimulable apoyo en la primera vuelta electoral. Además, Massa fue el autor del desquicio económico del último año haciendo todos los deberes posibles a un poder kirchnerista que en su paso por el poder solo dejó pobres y ausencia de futuro.
Este combo, Massa – Milei, pueden terminar en un final difícil de proyectar, pero están dados todos los factores para una posible hiperinflación.
La historia no se repite exactamente, pero en Argentina todo es posible.
Los jóvenes, los más jóvenes, ni siquiera vivieron el 2001, mucho menos 1989 o 1975.
Los que vivimos el 2001 a plenitud somos testigos del sufrimiento social que se vivió, de no tener trabajo por meses y de ver cómo los sectores de menores recursos tenían que ir a las plazas públicas a cambiar una remera o una radio por algo de comida. Los que vivieron a pleno 1989 también pueden dar testimonios de ese momento, y aquellos de 1975 no se cansan de contar sus vivencias y consecuencias.
Mario Negri, diputado radical, dijo sobre Milei: “hace una semana decía cuanto más alto esté el precio del dólar, más fácil es dolarizar". "Hoy acaba de recomendar no renovar los plazos fijos y promoviendo una corrida bancaria que nos lleve YA a la HIPERINFLACIÓN", agregó.
El camino de salida debe ser el orden. Ordenar la economía con precisión y equipo, con espalda y con trabajo, y no con más populismo kirchnerista o populismo libertario que nos hará chocar el avión en el que vamos contra una enorme montaña.
Se necesita un plan de estabilización, con achicamiento de la burocracia, con un estricto plan de cumplimiento fiscal pero con ruedas de auxilios para los que más la necesitan.
Carlos Melconian, el referente económico que perfila la presidencial Patricia Bullrich como su ministro en caso de ser electa, fue categórico con el intento dolarizador de Milei: “no hay fideos y no hay tuco”. El libertario avanza con una idea mesiánica, porque no hay fideos, no hay tuco, y lo peor es que no hay vecinos ni parientes lejanos que nos quieran prestar fideos y tuco.
Por eso que hoy más que nunca, la locura es total.
Estamos a tiempo de evitarlo, y es por el lado del orden.