02/07/2025 - Edición Nº3387

La Plata

Escenarios

Tilos y diagonales: propuestas incómodas para una democracia dormida

08:11 | La caída estrepitosa en la participación de la ciudadanía durante los actos eleccionarios corresponde a un descreimiento generalizado. No votar se está transformando en un acto revolucionario pacífico. ¿Es bueno? Podría ser una lección, pero después el sistema debe encaminarse a mejorar la calidad. Más de 6 de cada 10 platenses no están interesados con ir a votar el 7 de septiembre.


por Fabricio Moschettoni, editor de ImpulsoBaires / Twitter @FMoschettoni


Desde la vigencia de la Ley Sáenz Peña (Nro. 8871) en 1912, los partidos políticos tuvieron desafíos considerables para legitimar el sistema. En la primera elección presidencial, con sufragio universal, secreto y obligatorio, el radical Hipólito Yigoyen triunfó, pero inmediatamente tuvo que desplegar un titánico trabajo para legitimarse. Ni bien asumido se potenció un conflicto sindical de envergadura en la zona portuaria, y rápidamente el Estado dejó de ser un elemento represor en favor de la patronal para convertirse en mediador. También, en medio de una economía mundial recesiva producto de la Primera Guerra Mundial, arbitró algunos medios para conseguir sostener el empleo, y mejorar el salario real. Algunas décadas más tarde, Juan Domingo Perón no solo llega al poder seduciendo al obrerismo, sino que lo involucra en la vida cotidiana con dignidad. Ambos casos superaron crisis de legitimidad de un sistema complejo. Yrigoyen inauguró un estilo de vida democrática, y Perón incluyó definitivamente a los marginados del sistema.

En ese contexto, los problemas actuales de legitimación del sistema político se potenciaron luego de la pandemia. En su carrera a la presidencia, el presidente Javier Milei interpretó a la perfección la demanda de los desamparados. Los excluidos del sistema en este caso eran los jóvenes, o sea, la cuota más significativa de nuestro padrón electoral. Con un mensaje simple, aunque formidable, el Milei libertario le habló directamente al corazón del pibe de barrio, le hizo ver que el drama de su familia y su falta de futuro tenían un responsable: los políticos “chorros”. Sin embargo, a dos años de esa elección, los problemas de los desamparados no se resolvieron, y desataron una silenciosa, pero contundente protesta ciudadana: la inasistencia a las urnas.

Pasó en Rosario el domingo, en donde fueron más los que no concurrieron a la votación que aquellos que lo hicieron. El tema también se fue manifestando en elecciones anteriores. Un trabajo de opinión pública que un sociólogo compartió a este columnista sobre mil casos en La Plata demostró que el 67% no quiere ir a votar el próximo 7 de septiembre. La encuesta fue en redes sociales, y al segmentarse mostró la cruda realidad de que el 80% de ese 67% son jóvenes menores de 30 años. ¿A quién va dirigido el mensaje?

Mientras el intendente Julio Alak inaugura plazas que no le interesan a nadie, y trata de cortar cintas para demostrarse activo, los platenses ven que los servicios públicos son deficitarios, que el Estado local los estrangula con tasas, y que, además, no hay iniciativas municipales para movilizar el mercado laboral. Los Municipios pueden generar condiciones para que los privados se desarrollen y creen empleos. Pero en La Plata, lo único que crece es el staff del intendente, que ya lleva 25 secretarías y un número importante de asesores.

La política local debe pegar un sacudón. La oposición está anestesiada. No están desplegando potencial y por eso les cuesta ocupar el espacio vacío. La rosca es un vicio que los tiene a todos concentrados. Se habla más de escándalos políticos, de carpetazos, de amenazas mafiosas, y de prácticas desleales, pero se anuló el debate sobre políticas públicas. Las sesiones del Concejo Deliberante la protagonizan algunos egoístas y varios zombies. La película es de terror, pero además es un filme de baja calidad.

¿Se puede revertir?

El momento de descreimiento necesita respuestas disruptivas. Empezar a ver que los políticos deben ser como el trabajador que toma el colectivo a las 6 AM con frío y esperando un servicio malo, o el padre que sufre porque sus hijos no tendrán estufas en la escuela pública, porque el Consejo Escolar invierte mal los enormes recursos que tiene. Es momento de cambiar, de reaccionar.

En ese contexto, los próximos candidatos a concejales deben mostrar un “certificado de vecindad”, es decir, una cantidad determinada de vecinos del lugar que habitan, o del que habitaron de más chicos, que lo muestren como una persona comprometida con el prójimo. Ese certificado debe ser mostrado por orgullo por quienes lo consigan, y seguramente tendrán oro en polvo entre sus manos.

Otra cuestión está relacionada con dar seguridad en las votaciones de leyes u ordenanzas. Hoy no sabemos si nuestros representantes (desde Parlasur hasta consejos escolares) votan leyes u ordenanzas conscientes de su valor, o, tal vez en algunos casos, podría darse bajo efectos estimulantes. Para eso es imprescindible medidas contundentes, aunque antipáticas. Una rinoscopia a los candidatos que vamos a elegir desde la máxima magistratura del país hasta el último consejero escolar, podría ser un aval científico para limpiarlos de un vicio personal con consecuencias públicas, en el caso de que los tengan. No se trata de invadir su privacidad, sino de garantizar nuestra democracia. Con esta propuesta no se estigmatiza ni criminaliza, sino que pone el foco en la actitud funcional del momento en el que se legisla. Seguramente, la inmensa mayoría esté libre de este flagelo, pero la ciudadanía debe estar segura.

Así como un piloto no puede volar un avión bajo efecto de las drogas, ¿por qué permitir que un representante legisle bajo los mismos efectos? La capacidad deliberativa de un representante debe estar preservada en todo momento en que ejerce su función, especialmente en el proceso de sancionar leyes o reglamentos.

Nuestros tilos y diagonales guardan secretos e historias. Nos dicen mucho con su silencio, pero en las noches, si se sabe dialogar con ellos, es posible que suelten algunas de sus sabidurías.

Quizás una de ellas, la más urgente, sea esta: para que la democracia vuelva a latir, necesitamos políticos que caminen con los vecinos, que respiren verdad, y que voten con plena conciencia. El momento de la catarsis ya pasó. Ahora toca reconstruir el contrato social. Con convicción, con ejemplos, y con herramientas que reencuentren a la política con la decencia cotidiana.

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