29/03/2024 - Edición Nº2927

Politica

La mirada de Jorge Joury

Desventuras de un rey sin corona y la inquietante confusión del liderazgo

12/12/2020 | La política tiene galpones llenos de promesas incumplidas."Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me habrían votado", admitió Carlos Menem. Alberto Fernández, en cambio, no reveló aún el código que debe utilizarse para descifrar su gobierno. Ha pasado un año de gestión y no deja en claro qué es lo que quiere hacer con el país. Le dijo al “Financial Times” que no cree en los planes económicos. Esa debe ser la explicación para que, el ministro Martín Guzmán nunca haya presentado el “plan macroeconómico integral” que insiste en que el país necesita. Guzmán se ha mostrado hasta ahora como un negociador de la deuda externa y no como un ministro de Economía. Mientras, la inflación sigue indomable y el peso viene por el tobogán en caída libre demoliendo el poder adquisitivo de la gente.


por Jorge Joury *


Nadie puede negar que AF heredó una situación muy compleja de Mauricio Macri, y también que se le cruzó una pandemia que hundió a todos los países y se llevó más de 40 mil vidas. Pero algunos se hundieron más y otros menos: el 12,9% de derrumbe del PIB que la OCDE pronostica para Argentina es la peor situación entre los miembros del G-20. Brasil caerá un seis por ciento. La recuperación argentina también será más lenta y débil.

Si a eso se le añaden datos que erizan la piel, como que seis de cada diez niños argentinos son pobres y uno de cada tres no acceden a la alimentación básica,  frases desconcertantes del presidente suman incertidumbre. “Logramos que no haya hambre”, dijo recientemente, lo cual es preocupante. Para tener un punto de comparación y aunque se trate de ponerlo debajo de la alfombra, el derrumbe económico argentino en 2020 es más profundo que el de la gran crisis de 2001/2002.  

Fernández cumplió el jueves pasado un año en la Casa Rosada y son muchos los observadores que ponen en duda que se encuentre al mando del país. Se lo ve apenas en el rol de jefe del gabinete de ministros, insisten esos analistas, que señalan a Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta y dos veces presidente, como el poder en las sombras que todo lo maneja.

En un país donde el presidencialismo es la llave maestra, el futuro de Alberto Fernández empieza a recortarse en el momento en el que otros mandatarios soñaron con quedarse el mayor tiempo posible. El sucesor de Mauricio Macri parece no haber tenido la oportunidad de experimentar la agridulce soledad del poder. Un año y  días después de asumir, está desnudo: solo y sin poder.

Cristina Kirchner lo amonesta por carta y le fabrica conflictos ahí donde no los tiene. Al mismo tiempo, habilita por anticipado el juego sucesorio en beneficio de su hijo Máximo. Lo limita en el presente y prepara un futuro sin él.  

Por todas estas cuestiones, resulta más complejo explicar o justificar muchas de las contradicciones en las que ha incurrido el Presidente. Los graves efectos de la pandemia sobre la economía, la salud y el ánimo social no son suficientes para explicar la declinante evolución de la imagen de Fernández en las encuestas. El reclamo por promesas o expectativas incumplidas, agravadas por marchas y contramarchas o contradicciones, empezó a pasarle factura, precisamente en el advenimiento de un año electoral.

Lo más inquietante, es la relación distante con la vicepresidenta Cristina Kirchner. El jefe de Estado y la presidenta del Senado no se reúnen en privado desde hace dos meses y en ese lapso solo se vieron en el velorio de Diego Maradona que se llevó a cabo en la Casa Rosada. Si bien intercambian mensajes, las tensiones internas en el Ejecutivo se acrecentaron en el último tiempo. El jueves pasado ambos compartieron un acto en la ESMA y charlaron 15 minutos a solas.

El jefe de Estado además tiene una dificultad para encontrar un sello propio en el estilo de Gobierno. Abundan saltos de una posición a otra sin mediar explicaciones.

La situación judicial de CFK y de muchos de quienes han sido sus colaboradores y están procesados o condenados ocupan los primeros lugares del ranking de contradicciones. Otro tanto vale para el declamado propósito de cerrar la grieta, después del castigo económico a Horacio Rodríguez Larreta.

El consenso en el manejo sanitario de la pandemia generó entre Gobierno y oposición, plasmada en las reiteradas conferencias de prensa de Fernández rodeado por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, también terminó  estrellada contra una realidad que la desdijo. El alzamiento de la policía bonaerense se zanjó con la decisión, sin previo aviso, del recorte de los fondos a la ciudad de Buenos Aires. La promesa de resolverlo de manera negociada, expresada en los comienzos del mandato presidencial, no superó la prueba de las urgencias. Ni de las presiones del cristinismo. 

Fernández aparece por estas horas atizando las diferencias con la oposición y abrazado a la militancia por la consagración de la inocencia de su socia política.

Para observar las incongruencias en el discurso del Jefe de Estado, hay que apelar al archivo.El 26 de febrero de 2015, en el programa El juego limpio, Fernández había dicho: "Creo que Cristina va a dejar su gobierno con dos máculas indudables, que es dictar dos leyes para protegerse penalmente de dos delitos cometidos. Primero el encubrimiento a Amado Boudou, estatizando Ciccone, y segundo el encubrimiento al haber hecho aprobar por ley el tratado con Irán".

Pero el 22 de noviembre pasado, se rectificó: "Si hubiera justicia en la Argentina, la mayoría de las causas contra Cristina estarían cerradas. No podemos dejar que esto siga. Por el bien de todos. ¿Nos damos cuenta cómo se construyó un sistema para involucrar a Cristina en estas causas?, concluyó en el programa Corea del Centro.

Así las relaciones con el Poder Judicial y el respeto a su independencia sobresalen en la lista de contrastes entre lo prometido y lo concretado. Ahí se inscribe la defensa presidencial del proyecto de Cristina Kirchner para eliminar la mayoría especial exigida a efectos de designar al procurador general, lo que permitiría dejarlo sujeto a la voluntad del oficialismo.

Las posiciones cambiantes respecto del enfrentamiento político también dejaron su huella. "Apostar a la fractura y a la grieta supondría que esas heridas sigan sangrando. No cuenten conmigo para seguir transitando el camino de desencuentro", señaló el 2 de septiembre pasado. Pero un día después afirmó: "Yo no veo la hora de que la pandemia se termine, porque estoy seguro de que ese día vamos a salir a la calle y ese día sí va a haber un banderazo de los argentinos de bien", en obvia descalificación de quienes se habían movilizado para cuestionar sus políticas.

Otro comportamiento del gobierno que levanta olas, está referido a los ingresos de los jubilados. AF prometió en campaña que una de sus primeras medidas iba a ser un aumento del 20% al sector. Luego fogoneó una fórmula que iba hacia uno de los ajustes más grandes de la historia al sector previsional.Tuvo que intervenir Cristina y aconsejar volver a la fórmula cuando ella gobernaba, para evitar otro golpe al sector que más votó a este gobierno.  

Con su embestida en público hacia la Corte, la vicepresidenta vuelve a arrinconar y condicionar a Alberto Fernández. Flaco favor le hace al primer mandatario. Por el contrario, acentúa sus problemas. A las serias dificultades económicas y sanitarias que afronta el Gobierno, le suma una dosis de incertidumbre política y de inseguridad jurídica que debilita todavía más la gestión presidencial y que termina de vaciarla de la tan indispensable confianza de los inversores.

Cristina tiene su propia agenda y la traslada a sus fieles y a sus circunstanciales subordinados, como el Presidente. Luego de ver que la Justicia persiste en juzgarla, blanqueó de una vez que prefiere limpiar su prontuario a respetar la división de poderes, esencia misma de todo sistema republicano.  

Hace un año que Alberto Fernández huye hacia adelante cada día de su mandato presidencial, porque carece de respuestas y soluciones. Y además, porque conoce que CFK abunda en reproches, la mayoría muy fundamentados. Pero la furia mayor de CFK es consigo misma. Ella lo eligió y lo bendijo. Le puso todas las fichas para lograr la vuelta al poder. ¿A quién puede reclamarle? Lo que sirvió para ganar, hoy se muestra como un fracaso para gobernar.

Vale preguntarse entonces: ¿Puede un gobierno peronista sobrevivir con la confusión del liderazgo?

*Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Para consultar su blogs, dirigirse al sitio: Jorge Joury De Tapas.