
por Osvaldo Dameno *
En efecto, en Europa el siglo XIX es siglo de monarquías, derrotas en la lucha por instalar repúblicas, como en 1848, reformas implementadas desde arriba, como el imperio prusiano y aun la guerra mundial de 1914 que fue un conflicto entre zares, reyes y emperadores. Es decir, esta región de América se lanzó a la aventura institucional un siglo y medio antes que el resto del mundo. Por lo tanto y dado los lógicos cambios sociales, económicos y políticos producidos en el tiempo es comprensible que la representación de los tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, esté en crisis.
El poder se ha ido concentrando en el órgano ejecutivo que obtiene ventajas y trabaja para limitar el sistema de frenos y controles. También el Poder Judicial se ha ido autoasignando atribuciones que la Constitución no le atribuye claramente. Por último, la Cámara de Diputados y el Senado, que deberían representar a la totalidad de la sociedad, hoy no pueden hacerlo en virtud del crecimiento de la población, la diversidad cultural, la división en grupos de intereses, el pluralismo y la heterogeneidad.
Ya no somos una sociedad en la que un obrero se identifique con todos los obreros y un propietario represente a toda la clase alta. Esa institucionalidad cruje.
Entonces volcamos nuestras expectativas en el voto. Y pensamos que reemplazar corruptos por honestos o ineptos por probos es la solución. Sin perjuicio de que esos reemplazos serán altamente positivos, es evidente que esperamos del voto mucho más de lo que puede darnos. Queremos que el voto hable sobre el pasado, el presente y el futuro, elija a los mejores, castigue a los peores, fije la dirección del gobierno, las políticas que deben cambiarse, o las que deben implementarse. Esperamos demasiado del sufragio y el resultado es frustrante.
En este momento necesitamos que entre elección y elección podamos conversar, distinguir, matizar, discutir qué hacemos y qué no. Tal política sí, esta otra tal vez sirva si le cambiamos algo. Tal diputado no, por tales causas. Hay que razonar, hacer correcciones y tener tolerancia. Antes había Cabildos, revocatoria de mandatos, instrucciones a los representantes, rotación en los cargos etc. Hoy debemos generar nuevos remedios.
Como sociedad tenemos que implementar las formas y las instituciones que sean capaces de debatir en libertad todos nuestros desafíos. A modo de ejemplo hay que poner la lupa en el régimen presidencial, la conformación del parlamento, la cercanía del P.E. con el Poder Judicial, los partidos, las coaliciones, los mecanismos electorales, el papel de las fuerzas armadas y de seguridad, los organismos de control y el régimen federal. El uso de los recursos naturales, la ecología, el agua, el calentamiento global.
Es decir, crear una agenda para mejorar la democracia, la calidad del Estado, el perfeccionamiento legislativo y administrativo, la tecnología incorporada a la burocracia, las políticas públicas universales etc.
Estos últimos tiempos nos han alertado acerca de malas prácticas públicas como la administración fraudulenta de fondos públicos que generó pobreza e inseguridad, el abandono de los sistemas de salud y educación, la frustración de los derechos humanos, el abandono de la cultura del trabajo, los negocios espurios en casi todas las áreas. La tarea pendiente es entonces construir, entre elección y elección, los pilares para mejorar la democracia, el federalismo y la república. Insistir y crear conciencia en todos los ámbitos. Revisar con responsabilidad y estrictez nuestro modelo estatal
enfermo de mala praxis y corrupción. Hay que hacer esto desde el ámbito público y privado en un diálogo continuo. La democracia es algo muy distinto a lo que le ofrecemos hoy a nuestro pueblo.
*Osvaldo Dameno es abogado, referente peronista de La Plata.