por Jorge Joury*
Se podría decir que Mor Roig era un cuadrazo, surgido de las cepas más puras de la UCR. Desde que había dejado de ser ministro del Interior del gobierno de facto de Alejandro Lanusse, trabajó para la apertura democrática que desembocó en las elecciones de 1973. Su honestidad era tan transparente como incuestionable. Hay un hecho que lo pinta de cuerpo entero: Para cubrir los años de aportes para jubilarse, se ganaba la vida como asesor legal en una fábrica, elaboradora de metales y afines, propiedad de un amigo.
En la parte detrás de la foto de Mor Roig que ilustra esta nota, aparece quien escribe, cubriendo una conferencia de prensa en los inicios de mi carrera periodística. La foto fue tapa de la revista Primera Plana, que gentilmente me acercó un colega.
De Mor Roig se puede decir que cursó en San Nicolás sus estudios secundarios en el colegio Don Bosco y estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires.
Acostumbraba en su protocolo, a vestir ropas de colores oscuros. Trabajó también en un importante estudio jurídico y en San Nicolás inició su carrera política en el carácter de concejal en dos oportunidades, senador provincial por la segunda sección electoral y diputado nacional entre 1963 y 1966, donde ocupó la presidencia de la cámara baja.
Mor Roig se había casado con Odilia Bertolini, una maestra de San Pedro. Tuvieron cuatro hijos: Raúl Arturo, Alicia Carmen, Ana María y Marta Teresa. Siendo diputado nacional, a su esposa le detectaron un tumor cerebral. En esa ocasión, sacó un crédito bancario para pagar la operación, pero como el médico no quiso cobrarle, pensaba destinar el crédito a costear un tratamiento en el exterior, pero su esposa falleció el 1 de julio de 1964. Tenía 49 años. A los dos años volvió a casarse con Nélida “Chichita” Cheyllada.
Para ubicarnos en tiempo y forma, hay que decir que Mor Roig fue asesinado por un comando de Montoneros cuando se encontraba almorzando con dos amigos en una parrilla que se llamaba "Rincón de Italia", ubicada en la localidad matancera de San Justo . Fue allí cuando dos jóvenes que estaban en una de las mesas se acercaron y le efectuaron alrededor de 10 disparos. Inmediatamente, ingresaron al local otros dos hombres armados con escopetas de caño recortado que lo remataron en el suelo y lo dejaron en medio de un charco de sangre. Mor Roig era un blanco perfecto. Se le había recomendado custodia, pero la rechazó y encima, estaba desarmado. En definitiva, era una presa fácil.
La organización Montoneros se atribuyó el crimen. No obstante, al principio los medios no podían entender el significado de la muerte de un dirigente de filiación radical que desde hacía casi dos años estaba retirado de la política. Las dudas de los periodistas duraron poco. Enseguida, Montoneros explicó que Mor Roig había sido asesinado para advertirle al gobierno nacional y a Balbín que la organización armada peronista debía ser tenida en cuenta en futuras negociaciones políticas, algo realmente irracional.
El criterio que empleó Montoneros fue casi calcado al que utilizó para asesinar al ex titular de la CGT José Ignacio Rucci, cuya muerte hizo llorar al general Perón.
En esos años de plomo, se mataba a alguien no tanto por lo que era o lo que había hecho, sino para dejar un mensaje temerario sobre la mesa para futuras negociaciones. Se trataba de sembrar el miedo a través de la sangre. A Perón le tiraron los restos de Rucci y a don Ricardo Balbín le recordaron quiénes eran los interlocutores a tener en cuenta. Cuando se enteró del asesinato, el legendario líder radical lloró en su biblioteca de la ciudad de La Plata, hoy lugar histórico.
Por aquel entonces, de manera bochornosa, se festejaba la violencia terrorista en los claustros de las universidades.Por poner un ejemplo, me tocó presenciar como las agrupaciones de superficie de Montoneros coreaban en las asambleas universitarias consignas que helaban la sangre. Por ejemplo: “Hoy, hoy, hoy… hoy que contento estoy, vivan los Montoneros que mataron a Mor Roig”.
Al vivir aquellos días dramáticos comprendí que ese lenguaje macabro era una suerte de rendirle tributo a la muerte. Algo así como matar por matar. Lo que se dice, un ejercicio diabólico y demencial.
Hay quienes interpretan que celebrar la muerte, es una pulsión típicamente fascista, como la consigna que el PRT lanzaba a la calle cuando aseguraba que “Los muertos no se lloran, se reemplazan”. Esto fue extraído de los archivos de Mussolini, aunque ellos suponían que estaban citando al Che Guevara.
Cuando Mor Roig fue asesinado hacía casi dos años que estaba retirado de la política. A pesar de su larga trayectoria, don Arturo no se había enriquecido ni mucho menos. Gracias a sus contactos profesionales había logrado el asesoramiento de una empresa. Por ese motivo se había trasladado con su esposa, a un modesto departamento de la capital federal que compró gracias a un crédito hipotecario que estaba pagando puntualmente.
La historia dice que a Mor Roig lo mataron por haber sido el artífice del Gran Acuerdo Nacional propiciado por Lanusse para dar una salida política al proceso militar. Y efectivamente, fue Mor Roig siendo el ministro del Interior de Lanusse, el hombre que sentó las bases jurídicas para dar esa salida institucional. Entre esos instrumentos merecen señalarse la derogación de la ley que suspendía el funcionamiento de los partidos políticos y la enmienda constitucional que debería ser ratificada luego por el Congreso, que en sus líneas fundamentales contenía las disposiciones que luego se establecerán en 1994.
Su aceptación al cargo de ministro del Interior del gobierno de Lanusse fue traumática y causó un enorme cimbronazo en el radicalismo. Balbín -con el recuerdo vivo del paso de radicales por el gobierno de la Revolución Libertadora- como jefe del partido, trató de hacer equilibrio y Jorge Paladino, el delegado de Perón. lo aprobaba. Sin embargo, la tenaz oposición interna llevó a Mor Roig, que integraba la mesa directiva del partido, a desafiliarse. Cuenta su hija que la separación de la UCR fue muy dolorosa para él. Balbín en tanto, justificó la participación de su amigo en el gobierno de facto. “¿Sabe lo que pasa?, solía justificar, "El Catalán" como lo llamaba,pensó que podía dar la solución. Ha ido de buena fe”. Además tenía el aval de La Hora del Pueblo, un nucleamiento multipartidario que presionaba a la dictadura a dar elecciones.
A su familia le dijo que había llegado el momento de “hacer, y no de ser” cuando asumió el 26 de marzo de 1971. Le desvelaba contribuir a la normalización institucional del país. Pretendió convertirse en el custodio de un proceso de democratización real que terminase en elecciones limpias y transparentes, y que Balbín fuera el presidente. Pero la corriente iba en dirección hacia el peronismo que avanzaba de manera arrolladora.
Si tuviera que definir hoy a don Arturo, diría que fue un político radical abnegado que se dedicaba a la política a tiempo completo. Se había afiliado al partido de Alem e Yrigoyen en su primera juventud, al poco tiempo de llegar de Lérida, Cataluña, su tierra natal. Según sus propias palabras, de muchacho aprendió a hacer política al lado del legendario dirigente radical juninense, Moisés Lebenshon, otro gran luchador, a quien acompañó en la Constituyente de 1949.
Antes de ser ministro del Interior de un gobierno de facto, Mor Roig fue concejal en San Nicolás, diputado y senador por la provincia de Buenos Aires y diputado nacional durante la presidencia de Illía, ocasión en la que presidió la cámara. Sus correligionarios hoy lo describen como un político conservador, católico, honrado de pies a cabeza y demócrata de raza.
Hacía tiempo que escribía columnas semanales en el diario El Día, de La Plata, con el seudónimo de Esteban Sastre. El día que lo asesinaron le habían publicado una titulada “Las responsabilidades multiplicadas”. Al director del diario, su amigo David Kraiselburd, lo habían secuestrado el 25 de junio de ese año y lo mataron 54 horas después que a él cuando la policía descubrió la casa en la localidad de Gonnet donde lo tenían cautivo.
Mor Roig, hombre honrado, leal a sus convicciones, político de vocación democrática, conservador y católico, no merecía ser asesinado por la espalda en un comedor a la hora de la siesta. Nadie merece morir así y mucho menos por las razones que invocan los Montoneros, quienes deberían pedirle perdón a la historia, aunque sea tarde para hacerlo.
*Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información y analista político. El 22 de noviembre de 2017, el Concejo Deliberante de La Plata lo declaró "personalidad destacada en el periodismo".