por Fabricio Moschettoni, editor de ImpulsoBaires / Twitter @FMoschettoni
Si bien la Unión Cívica Radical tuvo su nacimiento en la última parte del siglo XIX, la política electoral argentina se modernizó desde la vigencia de la Ley Sáenz Peña número 8871, publicada en el Boletín Oficial el 26 de marzo de 1912; sobre todo, desde su utilización para una contienda presidencial, hecho ocurrido el 2 de abril de 1916 con el triunfo de Hipólito Yrigoyen. Por esa razón, a la UCR se la puede considerar como un partido político del siglo XX en las disputas electorales.
Más tarde, con la llegada de Juan Domingo Perón a la presidencia, en la década de 1940, se empieza a dar forma a lo que se llamaría luego, Partido Justicialista.
Radicales y justicialistas se apoderaron de la política argentina del siglo XX. Fueron las dos opciones más importantes al margen de otras puntuales, como socialistas, el zigzagueante comunismo, demócratas progresistas, o en la segunda mitad de siglo, el desarrollismo.
Al cambiar de siglo, los partidos tradicionales y más influyentes, radicales y peronistas, siguieron con su misma organización utilizada en su tiempo de actuación en el siglo XX. Sin embargo, había otras demandas ciudadanas, que surgieron a partir del agotamiento que ambos espacios venían mostrando para mejorar la calidad de vida de la población.
Con la caída de la Alianza, en 2001, también se empezó a replantear la vigencia de los partidos tradicionales. Surgieron otros más disruptivos, como el ARI o Recrear, y más adelante un peronismo escondido bajo el ala de Néstor Kirchner, que ensayó otras metodologías de trabajo que lo alejaron de los esquemas tradicionales.
La crisis en la UCR fue total, y el Partido Justicialista estaba archivado. Ambos eran reductos que olían a una mezcla de naftalina y humedad, pero siguieron subsistiendo.
Luego de la crisis de partidos, en 2005, comienza a tomar fuerza Propuesta Republicana, una coalición de Recrear con Compromiso para el Cambio, y muestra en la política a Mauricio Macri. Los partidos tradicionales lo tildaban de vecinalista porteño, pero el color amarillo se empezó a extender por el territorio hasta conseguir que el expresidente de Boca fuese presidente de la República.
La crisis de los partidos tradicionales prosiguió, a pesar de que el justicialismo volvió al poder con Alberto Fernández y Cristina Kirchner, pero el agotamiento estuvo sellado nuevamente.
El PRO, el año pasado, se contagió gravemente del virus de los partidos tradicionales y le costó el regreso a la presidencia. La interna entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich casi sepultó al otrora disruptivo partido fundado por Macri. Ese hecho, y la crisis de representación, catapultaron a Javier Milei, un transgresor sin partido político que llega, en esa condición, a la presidencia de la República.
Este año vimos a los viejos partidos radical y peronista apelar a sus viejas mañas. Los radicales bonaerenses tuvieron una interna a principio de este mes que terminó con un supuesto fraude y judicializada, aún sin resultado; y el Partido Justicialista, que iba a mostrar una contienda entre Cristina y Ricardo Quintela, terminó con la lista del riojano desestimada por la justicia electoral partidaria, y hasta el momento no habrá urnas.
En tanto, el PRO busca rearmarse, y Macri trata de aggiornarlo para que sea lo que nunca debió dejar de representar, es decir, a la política argentina del siglo XXI. Sin embargo, todavía el partido amarillo se muestra con valores contemporáneos, pero con los pies metidos en el barro del siglo que no conoció, aunque al parecer, la mancha radical lo terminó contagiando.
Hay una certeza, y es que la política del siglo XX quedó archivada con todos los estandartes de un siglo corto y plagado de rupturas y crisis. De todos modos, hasta que la nueva política no termine de ser aceptada por todos, no será el paradigma que sustituya al que nos rigió desde la entrada en vigor de la Ley Sáenz Peña hasta la actualidad.